Contagiosa desde el ritmo, empática desde su lucha, Gilda... es el canto a una estética popular sin maquillaje. Un cine llano, de estructura clásica, que reivindica esa posibilidad. Que si juega con el cliché, está bien que lo haga. El personaje permite disimular la falta de matices con el que fue reconstruido, y subestimar alguna historia íntima que todos querríamos ver, como su relación extra musical con el Toti Giménez. Ofrece más respuestas que preguntas la película de Gilda, una historia masticada largamente en el guión. Y sale indemne de esta fórmula con un cuento redondo, acompasado por esa banda de sonido universal, cancionero inevitable y pegadizo que, puesto en la voz de Gilda-Oreiro gana pasajes de dulzura y belleza general.
Pero hay espacio para un drama familiar. El de una mujer joven y hermosa que quiere cambiar de vida más allá de los prejuicios, de la antipatía de su marido, de las crisis que puede provocar su lucha. La película se ocupa sólo de sus años de cantante, con algunos flashbacks dosificados en la trama, para contar el amor por su padre (Melingo) el tipo que le hacía cantar Solo dios sabe, de los Beach Boys, incluso antes que Charly y Pedro la grabaran para Tango 4. Simbólico. El amor por su padre es el amor por la música. Y un signo trágico quizá.
Al contrario, los dos únicos personajes grises de esa trama familiar son su marido y su madre, interpretados por Lautaro Delgado y Susana Pampín de manera magistral.Y afuera, claro, está el oscuro mundo de los negocios y la cumbia. Todo contrasta con Gilda, vestida de pureza, lista para ser canonizada. Más allá de las marcas de autor, fagocitadas por el imán Gilda-Oreiro, estamos frente a un filme con con pretensiones de atracción global. Pero con vida propia.
El Paisaje de Franco Simone puede volver, los hits de Gilda también, en su voz o en la de Oreiro, conjunción fecunda de dos mujeres, mímesis si se quiere, sin resignar un ápice de personalidad. Y el síndrome de la canción pegada a la salida del cine, con una historia en la retina, la que escribió Gilda, y un poco Oreiro, que nos contó Lorena Muñoz. Mundo popular y honesto, memoria emotiva de un amor inmenso, aunque no sea eterno.
https://www.youtube.com/watch?v=DFNc4ppfIWY
Pero hay espacio para un drama familiar. El de una mujer joven y hermosa que quiere cambiar de vida más allá de los prejuicios, de la antipatía de su marido, de las crisis que puede provocar su lucha. La película se ocupa sólo de sus años de cantante, con algunos flashbacks dosificados en la trama, para contar el amor por su padre (Melingo) el tipo que le hacía cantar Solo dios sabe, de los Beach Boys, incluso antes que Charly y Pedro la grabaran para Tango 4. Simbólico. El amor por su padre es el amor por la música. Y un signo trágico quizá.
Al contrario, los dos únicos personajes grises de esa trama familiar son su marido y su madre, interpretados por Lautaro Delgado y Susana Pampín de manera magistral.Y afuera, claro, está el oscuro mundo de los negocios y la cumbia. Todo contrasta con Gilda, vestida de pureza, lista para ser canonizada. Más allá de las marcas de autor, fagocitadas por el imán Gilda-Oreiro, estamos frente a un filme con con pretensiones de atracción global. Pero con vida propia.
El Paisaje de Franco Simone puede volver, los hits de Gilda también, en su voz o en la de Oreiro, conjunción fecunda de dos mujeres, mímesis si se quiere, sin resignar un ápice de personalidad. Y el síndrome de la canción pegada a la salida del cine, con una historia en la retina, la que escribió Gilda, y un poco Oreiro, que nos contó Lorena Muñoz. Mundo popular y honesto, memoria emotiva de un amor inmenso, aunque no sea eterno.
http://www.clarin.com/extrashow/cine/Gilda-Natalia-Oreiro-critica-Lorena-Munoz-homenaje_0_1650435097.html
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